Centenario del nacimiento de
Antonio Cruz Collado (1905-1962)
por Antonio Cruz González, hijo del artista. Marzo de 2005.
Centenario de Cruz Collado, escultor.
En nuestro país, a los héroes y a los
genios se les suele reconocer sus méritos cuando fallecen. Surge una caterva de
amigos de Job cuyos sabios consejos y meritorias crónicas necrológicas
ensalzadoras aparecen como por encanto, llevando al ponderado fallecido al Olimpo del
Panteón de ilustres. Pues ni en su vida, ni en su fallecimiento, tuvo Antonio Cruz
Collado corifeos. Toda esta reparandoria introductoria es para demostrar, lejos de la
hagiografía de su amante hijo, que sus méritos, como buen escultor se esfumaron y quedó
la obra, pero no quedó el nombre. Tuvo sus dos o tres minutos de fama, Premio Nacional de
Escultura con la monarquía del abuelo Borbón del rey actual, Medalla de Oro de Bellas
Artes en la Segunda República, Pensionista becado en Roma, Florencia y París, también
en estos períodos. Visitador escéptico de Nueva York, dónde quisieron encargarle las
obras por metros de fachada, a lo que se negó en postura quijotesca, sí, pero creo que
muy digna.
Es de destacar que nuestro país, que
analizamos desde esta parte de Europa, a la que ahora pertenece, entonces no estaba para
lanzar cohetes por las Bellas Artes. Eran los días de la guerra en Marruecos, el
escándalo subsiguiente de aquel evento, tapado con la primera Dictadura, el fracaso de la
política que hizo entrar la Segunda República y el posterior golpe de Estado que llevó
a la guerra civil, y a la segunda Dictadura.
En ese entorno hay que situarse. Si
nuestro escultor, hubiese optado por el exilio como otros artistas, ahora sería venerado
en París, Florencia, Roma, etc.; optó por quedarse en Madrid. La República le había
otorgado la cátedra de Dibujo en el Instituto Lope de Vega (1.934). La enfermedad que le
acompañó toda la vida, una úlcera de estómago que le hacía medicarse continua y
diariamente, le varió el rumbo de su destino. Entre los pocos documentos que dispongo,
figuran dos o tres decisivos para comprender su situación en la guerra civil. Así en los
días que el Gobierno se dirige a Valencia, le destinan a Alicante y aparece una licencia
por reconocimiento médico, que le excusa de salir de Madrid. No dispongo de más
explicaciones. Otro documento nos indica que se quedó de Delegado de Bellas Artes en
Madrid, nombramiento de la República, que luego le iba a costar, aparte de la pérdida de
ese cargo, el título de desafecto al Régimen con un expediente de
Depuración, por el que pierde la cátedra y se le acusa de tener carnet sindical de CNT y
ayuda económica al Socorro Rojo. Lo que para los que estudiamos ese período oculto de la
Historia de España, eran pecados gravísimos que te podían constar, como a tantos,
incluso la vida.
Parece ser que la defensa, como
Delegado de Bellas Artes, junto con el director en funciones, del Museo Cerralbo, caserón
ubicado en la calle Ventura Rodríguez de Madrid, del expolio de las obras de arte y de
incunables de su biblioteca, motivó que:
1) Se conservaran las obras y no fueran
robadas, esquilmadas, saqueadas y/o quemadas, y hoy podamos contemplarlas, en ese
maravilloso Museo.
2) Que el enfrentamiento con milicianos
que pretendían apoderarse del caserón (piénsese que la esquina de esa calle daba al entonces Cuartel de la Montaña y al frente de
guerra en la Casa de Campo) pudo ser objeto de denuncia, y él contaba, en familia y de
forma oral, que un ordenanza del Instituto dónde ejercía la cátedra, le había salvado
de ser fusilado en última instancia, es decir al descender del camión para ubicarse en
el paredón. La anécdota contada hoy parece de risa, pero no creo que lo fuera entonces.
Simplemente dijo algo así como a éste pájaro le tenemos que interrogar que tiene
varias cosas pendientes y se lo llevó. Así era la guerra civil. Perseguido por
unos, por defender lo que era de esos unos y de otros por tener unos méritos
cuando no se podían tener.
Addenda: el palacio museo de Cerralbo,
pertenecía al Estado desde mucho tiempo atrás a la República, no era ya el palacio
privado perteneciente a la aristocracia que un día fue.
Parece ser que en las alegaciones
del expediente de depuración, cuyo contenido no conozco con todo detalle, se citó la
defensa del patrimonio artístico del expolio de guerra. Supongo que eso le valió una
pena menor, como era la libertad vigilada, con la obligación de la presentación en
centros oficiales y el riesgo de perderla en cualquier momento, por cualquier banalidad.
Esta historia está llena de lagunas
y es la que no aparece en el Espasa, dónde también están mi abuelo y mi tío abuelo,
ambos pastores de ovejas, que al igual que Miguel Hernández, su sapiencia artística
afloró a la luz, y dieron, en segunda generación, toda su carga genética de arte
escultórico lo que ellos comenzaron, en su hijo y sobrino, Antonio. Esta reseña en el
Anexo de la C del diccionario enciclopédico Espasa, es otra de los pequeños
minutos de gloria y reconocimiento de Cruz Collado, escultor, nacido en 1.905 y fallecido
en el término municipal de Pozuelo de Alarcón, en unas vacaciones de verano, el 9 de
agosto de 1962. También su fallecimiento con 57 años, sin conseguir el título de
Académico de Bellas Artes, esperado pero no ocurrido, le separó, injustamente de esa
fama y reconocimiento que se le resiste.
Sus obras están principalmente en
Madrid. Son monumentos reconocidos por muchos, pero cuyo nombre se ignora, como en casi
todas las esculturas. En la calle Princesa el
portador de la antorcha olímpica que está en el remate del edificio de seguros El Ocaso,
de más de cuatro metros de altura, en bronce. En la Gran Vía, las esculturas de la fachada del
edificio dónde se ubicaba el cine Pompeya, entre el Coliseum y el Gran Vía. En el Retiro, en el Jardín del Francés, enfrente del
Casón, las figuras de madre e hijo que amparan el retrato del Dr. Pulido (de otro
escultor). En el complejo de La Moncloa, dos figuras de tamaño natural,
representativas de la Agricultura (antes eran los edificios del Instituto de
Investigaciones Agronómicas). En la Iglesia de S. Sebastián de la calle Atocha, la figura del altar mayor, un
sansebastián en taparrabo, perseguido por la censura pacata de la propia iglesia, que
colocó la figura de lado, para evitar el sexo frontal, así como una Sagrada
Familia de la capilla de los Arquitectos y los Evangelistas gigantescos de las pechinas
del crucero.
También existe alguna figura en
parques fuera de Madrid, como la que aún perdura (copia) en Gijón, en el parque de Isabel la Católica. En A
Coruña, fachada del Banco Hispano Americano, dos figuras de infantes alrededor del
escudo de la ciudad, con cierto protagonismo, porque decían en mi casa que uno de ellos
era yo de niño. Digamos que las citadas son obras monumentales para edificios, plazas,
parques. La obra que se ha difuminado en el tiempo o que está inédita en manos
familiares, es la propiamente vanguardista. En los tiempos del Premio Nacional, sus
pequeñas esculturas, de inspiración modiglianesca o en consonancia con De Chirico, se
pueden englobar, perfectamente en las Vanguardias. Sus dibujos inéditos, de la década de
los cincuenta, su malabarista (1960), expuesto en el Circulo de Bellas Artes en el momento
de su creación, componen una obra desconocida, preciosa, de vanguardia, pero con una
fuerza y una creatividad realmente agradable. No en vano el definía el Arte como aquello
que nos proporciona emoción.
Su profesión, llena de los
altibajos propios de la posguerra como el pliuriempleo docente mal pagado, en la Escuela
de Cerámica, gracias a los Losada, en la Escuela de Artes y Oficios de la calle de la
Palma; su reconocimiento artístico como restaurador (¡Había tanto que restaurar, que
aunque los santos, como a Benlliure, no eran de su devoción, se vió abocado a ganarse la
vida con las restauraciones de iglesias quemadas por causa
belli! ), en Bellpuig, León, Miranda del
Ebro, fueron lo espacios dónde dejó su huella restauradora. Si bien conviene aclarar,
que de una figura quemada o destruída en un 70 por ciento, la restauración era
creatividad, porque el resultado final se parecería a la que antes había,
pero el artista debe improvisar y crear allí dónde fotos antiguas o indicaciones no
llegan.
Tras veinte años aproximados de
injusticia, pudo acceder, previa oposición, otra vez a una cátedra de la fue
injustamente separado. Ahora sí, en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en
Madrid. El desgaste de su salud, así como el social, no mermaron su carácter, siempre de
broma, siempre familiar, siempre contento, salvo en los momentos en que la úlcera
apretaba. Padre ejemplar, hizo muchas veces de padre y madre a la vez, y en el centenario
que ahora se abre, el 17 de marzo, creo que se le debe conocer por su obra y su valía, y
alcanzar la publicidad que se merece, y que en 18 años que llevo con su curriculum bajo
del brazo, no he conseguido darle aún.
Para los interesados he
confeccionado una WEB: www.cruzcollado-escultor.org/
donde se puede admirar su obra, su
trayectoria y dónde pueden copiar todo lo que quieran, rogándoles citar la procedencia,
y no copiar o cortar párrafos tergiversando el contenido expuesto.
Ustedes pueden gozar de su centenario, yo
sin embargo, llevo 43 años sintiendo su ausencia.
Madrid, 16 marzo 2005.
Antonio Cruz González
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